Hay una relación de doble dirección entre el estado de salud del
suelo y el de las personas que lo tratan. A veces son los humanos
quienes sanan el suelo para darles vida, le insuflan aliento para
reanimar su vida microbiana, que con su recobrada actividad empujan
la germinación de las semillas durmientes.
Otras veces es el suelo quien sana a las personas que posan sus pies y sus manos sobre su superficie. Humanos que transitan temporalmente alicaídos por senderos umbríos o marchitos y se van iluminando poco a poco al contacto con la tierra.
También existe otra posibilidad, que tanto suelo como humano se encuentren algo marchitos y entren en simbiosis, reactivándose el uno al otro.
Este es el caso de Ámparo y su jardín floral. Ámparo llegó al barrio de Vinateros en el 2019, baja de ánimos y energía por una situación personal. Frente a su portal encontró un parterre marchito. En ese primer contacto ni el suelo ni Amparo recayeron el uno en el otro, ambos buscaban su sanación por su lado.
Un año y medio más tarde, Ámparo y el suelo del parterre decidieron entrar en simbiosos. Ella lo limpió de escombros y vegetación marchita, él abrió poco a poco sus poros saturados y se sometió con confianza a un proceso de cambio: alcorques circulares de piedra para cobjiar plantas coloridas, duchas de agua pulverizada cuando el calor apretaba, aportes de tierra para mejorar su estructura.
La mejora de la salud del suelo también coincidió con la mejora del
estado de ánimo de Ámparo, que se volvió más luminoso y colorido.
En la actualidad ambos siguen cuidándose y cada estación que pasa su look es más atractivo